
A veces, sin saber por qué, es de madrugada. Es de madrugada y empiezo a pensar. A pensar en alguien que no conozco, que nuca he visto, pero sé su nombre, su talla de pantalón, la marca de su champú y el color exacto de sus ojos. Sus ojos es lo primero que veo, que me ven, que no están ahí, pero que lo saben todo. Saben todo lo que pienso y lo que voy a pensar, que no quiero volver, que no quiero salir otra vez sin querer ir donde voy. Donde voy siempre hay preguntas y tareas confusas. Confusas también son las ideas que se levantan sin gravedad de mi teclado, que flotan por ahí como si fueran importantes. Importantes digo, y no sé lo que digo, solo a veces.
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