viernes, septiembre 26, 2008

Nuncamuerto

Yo no quiero darte flores, mientras vivas, ni padecerte como virgen lujuriosa, siempreviva. Quizá tampoco quiera ser tan libre como para desafiar permisos, ni vestirme para circos, y menos postrarme en sillones familiares a devorar telenovelas en horas muertas de la vergüenza.
Lo del negocio propio, querida mía, es tan impropio para novios como yo, tan dados a soltarse de las manos en medio de las tiendas de buen vestir, agencias de viajes y estantes llenos de papel impreso.
Me ofrezco sin dudas a saltar con vos de cama en cama, sin apellidos, ni revuelos, ni venias, sin darte los buenos días, siempre y cuando empecemos de nuevo cada jueves santo. Yo no quiero ser nunca necesario, pero quiero necesitarte a mi antojo. Yo no quiero ser suficiente, ni aunque me veás juntando ramitos rosados para llevarlos tempranito cada dos de noviembre de cada año que te sobreviva.


Para más señas: Siempreviva.

lunes, septiembre 22, 2008

Desayuno sucedáneo


Este lunes amaneció como yo. Insistente, gris y frío. Pesado también. Hoy no hubo desayuno, y con la más descarada intención de evadir al lunes en cuestión, llegué a mi trabajo y me puse a leer blog y periódicos. Los blog que leo a veces y los periódicos que leo siempre estaban hoy confabulados en mi causa. El post de fin de verano de Xavier Velasco me dio compañía, una especie de abrazo comprensivo, llenó esa necesidad de "sentirme parte de" que tanto mencionaba mi dedicado psicólogo mientra yo pensaba entre risas mentales "lo que necesito es 'sentirme todo' querido psicólogo". Con Velasco convercé durante su gira promocional como Premio Alfaguara, con "El Diablo Guardián", y me pareció el que parece ser, por eso la confianza. Luego pasé a la política foránea en las crónicas decisivas de Héctor Feliciano, que recién volvió luego de varios meses de ausencia para hablar de Obama, McCain, Clinton, Palin, votos, encuestas desde su oficio de observador y cronista, siempre sereno, informado e informándose mientras se pasea en el múltiple lobby literario y periodístico de Nueva York. Me gusta su estilo, fue mi maestro, valga la presunción. Y como a mí me gusta saber cosas, sobre todo entender, la lectura me hizo sentir importante, creo que mi psicólogo mencionaba algo así como "compensar un déficit atencional", mientras yo lo veía con mucha atención como anotaba y anotaba y seguía anotando en su libreta sin mirarme nunca. Después me fui al recién inaugurado Cuaderno de Saramago, donde el señor se pone duro y dice de todos, y bueno, me divierte el intelecto, por decirlo de alguna manera, y me da esa ridícula sensación de viejo conocido, no solo por haberlo leído bastante, sino porque —¡ay, presumido de mí!— lo entrevisté hace un par de años. Enojón y cándido, don José es de esos tipos luminosos, como abuelo (que lugar común, pero ni modo), como para recordarlo hablando y moviendo los brazos afanadamente cuando uno lo lee. Y ahí paré esas imaginarias visitas a esas amistades imaginarias, porque, aunque ellos son reales, amigos no somos, si acaso conocidos por puro oficio, pero hoy, tal cual, me supieron decir alguna cosa, y crear, pantalla de por medio, esa intimidad reconfortante de un desayuno , que de otra manera, hoy no pudo ser.

domingo, septiembre 07, 2008

Llamadas

Dicen que las madrugadas se prestan a las llamadas prohibidas. Sobre todo cuando la madrugada lo pone a uno tan libre y la conciencia lo deja a uno ahí, suelto, valiente, irresponsable e irreverente. No sé bien si el alcohol tiene algo que ver, yo sé bien que todos dirán que sí, pero yo no le echaría la culpa. Por mucho alcohol que tenga la madrugada, uno no llama si no hay alguien a quien llamar, si no hay algo que decir, si no hay alguien a quien golpear. Uno sabe que no contestarán, y por eso no tiene ningún discurso que encumbrar. Es como cuando los perros salen corriendo y landrando ferozmente tras los carros que pasan ¿Qué harían los perros con los carros si los alcanzarán?
Y al amanecer, a veces, las llamadas las recibe uno, y en las mañanas después de esas madrugadas, uno está ya indefenso, con sueño, apenas lúcido, y quizá avergonzado. Entonces uno solo quiere dormir. Dicen.

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