lunes, octubre 31, 2011

Paraguay existe

Casi voy regresando de Asunción, de Paraguay. Y te cuento que sí existe, aunque no tenga mar, aunque sí tenga playas, playas del Paraná –ese río impertinente que cruza el sur del sur con sus aguas sin reputación–, playas de Ypacaraí, ese lago de vals criollo del folclor del romance universal. Agua no falta en Paraguay, se derrapa en las cataratas de Iguazú, con todo y presa, y, como si fuera poco, de repente, llueve como en mi trópico. Es caluroso, eso sí, mucho en estos días, y se pone peor cuando los del hemisferio norte nos helamos –en el trópico nos helamos con veinte grados–. Tanto existe que llegan de golpe decenas de presidentes –aunque algunos, como el mío, se quedarán con la duda–. Pero claro, antes hemos llegado periodistas a verificar aquella presunción de existencia, no vaya a ser. Y bueno, también tiene un presidente, el exobispoyahorapadre. Y ahí estuvimos que no lo podíamos creer, pero Paraguay existe, y tiene su Asunción, bajita, medio empedrada y rojiza, con sus shopping y paseo Carmelita, y también su minicentro y calle Palma y calle Tecuarí y su plaza tomada por dignos indígenas sin tierra en un camping indigno que a nadie indigna ya. Y uno puede andar, sabes, de noche y de día, y aunque no hay que confiarse ni abusar, se puede recorrer aquella existencia que se paga con guaraníes (cuatro mil y tantos por un dólar y cinco mil por un euro). Pues eso te cuento hoy, para que sepas un poco más –o un poco menos– de ese país con seis millones y medio de personas, la misma cantidad que hay en mi país 20 veces más pequeño. Paraguay sí existe, pese a Bastenier y sus frases de titular.

martes, octubre 04, 2011

Ruidos

El corazón es un tambor furioso y la respiración de uno solo es un huracán. La fuga del grifo suena a catarata y el mosquito entona un do de pecho. Que ruidosas son estas horas, como un coro de sordos en la mitad de una noche calurosa. Pasos furiosos que no acaban de llegar y la lluvia tintineando en las ventanas como imaginarias piedritas de felicidad. Y los manotazos del viento, y el luminoso escándalo del rayo, y el ronroneo de los muebles vecinos, y la charlas de amor entre los arbustos. Pero que ruidosa es esta soledad, y tan acostumbrado que estaba a tu silencio.

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