viernes, noviembre 07, 2014

Desmontajes

Hay que empezar por el cepillo de dientes. Aunque algunos dirán que primero hay que hacer un ejercicio de introspección, que hay que asumir un periodo de duelo, incluso buscar a alguien con quien hablar o un terapeuta profesional. Que hay que buscar la perspectiva optimisma. Que hay que ser social y sexualmente prudente. Que hay que limitar las redes sociales. Dirán que hay que repartir a los amigos y buscar actividades lúdicas variadas. Que hay que borrar el número de teléfono. Pero no. Cuando se desmonta un amor hay que empezar por desaparecer ese otro cepillo de dientes del gabinete de su baño.

lunes, septiembre 01, 2014

Volver a los cuarenta

Sí, yo siempre me quise ir. Estaba seguro de que me iba a ir. Sabía que me iba a ir. Si mi hermano se había ido yo también me iba a poder ir. Pero no me fui. Me quedé. Me quedé porque la vida empezó a contradecirme muy temprano, a podar mis mapas, a humillar mis vuelos, a empujarme hacia mis profundidades, a encerrarme en mí, a poner candados, a condenarme a una libertad condicional con todos los regresos obligatorios. Lo más duro fue cuando se empezaron a ir los amores, los amigos, los vecinos, los compañeros, los conocidos, los anónimos, los comunes. Uno a uno, unos contentos, otros llorando, se fueron. Yo me quedé, yo que sin decirlo lo gritaba: "¡Me voy a ir!", decía el niño empijamado. "¡Me voy a ir!", decía el puberto sangrado. "¡Me voy a ir!", decía el adolescente revolucionado. "¡Me voy a ir!", decía el suicida resucitado. "¡Me voy a ir!", decía el adulto empecinado con La vida está en otra parte bajo el brazo. "¡Me voy a ir!", dice el enajenado por las despedidas, el helecho que nunca echó raíces porque las raíces rompen las maletas, el ilusionado que nunca se hizo de un futuro cercano, el hombre encerrado que cumple cuarenta años y no sabe qué es exactamente lo que ha cumplido, el irresponsable que se queja en público de sí mismo esperando aplausos y algarabías, el que se ha quedado para darse cuenta de que lo peor de nunca haberse ido es no tener un lugar para volver.

lunes, mayo 05, 2014

Cinco

Mi papá jugaba a la lotería y siempre compraba billetes que terminaban en 5, era su número de la suerte. Las placas de los carros que teníamos terminaban en 5. Siempre pedía el 5 en las listas de las rifas que hacían en la escuela, en la iglesia, en la alcaldía. No recuerdo que haya ganado algún premio ni que el 5 definiera algún evento especialmente vital que no fuera el de su muerte: a las 5:55 p.m. del quinto día del quinto mes de 1988, en la cama 5 ¿de la quinta planta del hospital?

lunes, febrero 10, 2014

Nadie merece un novio poeta

¿Alguien merece la eternidad de la palabra?
¿los amorosos insultos de un despecho?
¿el obsesionado delirio de la memoria?
¿la santificación de la mirada?
¿el desvelo caprichoso de las ansiedades?
¿la belleza impúdica de la vanidad herida?
¿el dolor derivativo de unos versos?
¿las pedantes sobresdrújulas cándidamente describiéndoselo todo?
¿la importancia de saberse verso?
¿la caricia de la duda?
¿la pregunta y la respuesta?

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