miércoles, octubre 30, 2013

Safeword

Dice la morbosa y freudiana sabiduría popular que todos tenemos algo de sádicos y algo de masoquistas. Los que se lo toman en muy serio viven debajo de cuatro letras: BDSM. Bondage, Disciplina, Dominación y Sumisión son una serie de prácticas y aficiones sexuales relacionadas entre sí y vinculadas a la sexualidad extrema. Para los que se hacen que no lo saben, todo esto se refiere a involucrar el dolor, la dominación, la humillación, la fuerza, para provocar placer sexual (dicen). Para más señas, curiosee Las 50 sombras de Grey (no me permito recomendarle que los lea, mejor, si acaso, espera la película), ese conocido best seller de la pornografía para amas de casa ("cultas").

Pero no nos distraigamos. Lo que quiero traer al cuento es que el BDSM tiene una serie de códigos, y todo esto que hasta aquí les he contado es para llegar a uno de esos códigos cuyo concepto clavó una idea en esta mi cabeza tan dada a lo inútil, pero que para el caso vio utilidad práctica en este asunto. Hablo de la Safeword.

La Safeword es una palabra, frase o gesto (por si hay mordazas en la escena) que según un acuerdo entre la pareja (el trío, cuarteto u orquesta) sirve para darle al sumiso el derecho a detener las acciones. Usarla significa que el sumiso tiene problemas o ha alcanzado su límite y ha dejado de disfrutar. La safeword debe ser respetada siempre e inmediatamente por el dominante. En español se dobla como “palabra de seguridad” o “palabra de parada”, pero suena mejor en inglés ¿o no?.

Ahora bien, pensando en ese código y sus consideraciones éticas, se me ocurre que sería muy útil sacar ese código de la cama y aplicarlo a la vida, a las relaciones cotidianas, que muchas veces nos llevan voluntariamente por el camino del dolor, la dominación, la humillación, la fuerza en busca de satisfacciones diversas. Por ejemplo, con esa persona que conocemos y con quien vemos una posible relación romántica, en la que identificamos muchas cualidades pero también graves defectos, pero decidimos intentar a ver si con la tolerancia y la voluntad podemos lograr el objetivo de hacer pareja. Entonces debería tenerse un diálogo más o menos así, pero tratemos de que sea infinitamente menos aburrido:

—Tenés muchas cualidades que me interesa en una pareja, pero también tenés defectos que no estoy seguro si puedo sobrellevar. Además tengo mis propias manías y sensibilidad, y una leve disposición al martirio como vía del éxito.

—Sí, yo veo la misma situación, pero también estoy dispuesto a ver hasta donde podemos llegar.

—De acuerdo. Yo quiero evitar a toda costa las mentiras piadosas o las frases hechas para ponerle fin si es que a alguno no nos funciona. Sobre todo quiero evitar una desaparición repentina que eche por tierra lo bueno que puede tener esta experiencia.

—Me parece muy bien, pero ¿Cómo lo hacemos?

—Acordaremos nuestra safeword, una palabra que acordaremos entre los dos y que la pronunciaremos cuando no soportemos más la situación, cuando hallamos llegado a nuestro límite de tolerancia a la humillación o a lo que no nos gusta de alguien.

—¿Solo una palabra?

—Sí, solo una, escogida, secreta. Al pronunciarla el otro sabrá que ahí termina el juego, y que no hay nada más que negociar, solo parar y cambiar de rumbos.

—¿No es un poco extremo?

—Sí, y esa es la idea. La salvación necesita extremos.

—Bueno, hagámoslo.

Ahora debería iniciar la búsqueda de la palabra y acordar el periodo de vigencia, es decir, si solo aplica durante el cortejo, o ya en la relación, incluso en el posible matrimonio o larga vida en común. Y bueno, si un día le llega el morbo del BDSM, ya la tiene adelantada. Piénsenlo y me cuentan.

(A mí me encantan las palabras sobresdrújulas.)



* La versión original de este post fue publicada en 2009. Fue revisada, corregida y aumentada el 30 de octubre de 2013.

lunes, octubre 21, 2013

Roto

Fue un placer habernos amado, besado.
Fue un placer habernos roto el corazón.
— Jaime Sabines

Llegó tarde. Pero esa vez llegó. Claro, llegó para irse, pero no se fue. Se quedó y se fue quedando. Trajo su ropa, sus vasos, sus ganas, su olor. Trajo el desayuno y la avena. Trajo sus dudas. Trajo sus brazos, su sexo, sus preguntas. Trajo mi calma. Trajo su lucha. Yo no traje nada. Es que, a veces, uno solo sabe que tiene el corazón roto cuando quiere volver a usarlo.

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