Recuerda uno que hay una soledad irrenunciable, una calle sin tránsito comprensible y ciertas ganas volver a todos lados. Recuerda uno que no es de aquí, pero que allá tampoco es de allá y que nunca ha sentido ganas de no irse de ningún sitio. Recuerda uno que las mentiras son tan bonitas y casi imprescindibles para asegurar alguna alegría. Recuerda uno que duele en las rodillas estar perdido y que por más que se sepa cómo salir y cómo entrar, lo de perdido se lleva por dentro, y por eso es que no hay modo de encontrar caminos correctos. Recuerda uno que de la lástima al amor se puede ir uno a pie cantando, o no, una canción amortajada. Recuerda uno que cuando pasan los lustros solo somos hermosa piedra y que el cielo solo se dispone como un gato para que le rasquemos la panza con el abuso de la soberbia. Recuerda uno que hubo un tiempo de odiosos amores cabalgándole a uno las ilusiones hasta el final de un muelle como este o como aquel, en verdad como cualquiera, siempre y cuando sea de esos que revelan que hay límites y miedo y vertigo y suicidas supervivientes como uno, como este y como aquel. Recuerda uno lo fácil que es esperar que un semáforo diga si puedo o no dar el paso que sigue, que la belleza se anuncia gigantesca en agudas esquinas como de tiempo. En Nueva York recuerda uno a la ciudad que nunca conoció piel adentro, llena de palabras de trescientos pisos y luces que no se apagan nunca porque siempre es de noche, con un parque en el centro mismo del absurdo, demasiado grande como para llenarlo de una sola alma. En Nueva York recuerda uno que hay que viajar de vez en cuando, y que algunas veces el destino debe ser hacia adentro. Recuerda uno que si Nueva York te besa, puede que no sea tan voraz la metropolis que cargas por Nueva York.
(Del 20 de abril de 2006, foto en el Central Park)
No hay comentarios:
Publicar un comentario