lunes, noviembre 22, 2010

Arcoiris

Al principio del universo propio, no hay nada. Todo es oscuridad y caos. Uno es puesto en el vacío y debe hacerse inevitablemente absoluto creador en su propio Génesis. Así, uno se pone a separar sus tinieblas de su luz, sus humedades de su tierra, uno debe ponerle nombre a cada cosa, a cada bestia, a cada sensación, a cada pecado, y así, hasta llegar a estar dispuesto a perder una costilla y tragarse una manzana, asustarse de tanta desnudez y huir del paraíso ante la amenaza de la culpa eterna. Después de eso ya empieza todo lo demás, lo divertido, porque uno ya va aprendiendo a distinguir que nada es del todo bueno ni del todo malo, que nada es absoluto, y puede escoger, gracias al libre albedrío de la sana inteligencia, por donde tomar camino ante tanta posibilidad. No faltan los que van por ahí dictando lo bueno y lo malo, y no faltan tampoco los que vienen al mundo solo para creerle a otros como se debe vivir, a quiénes se puede amar, a quiénes se puede desear. Si uno es un desobediente nato, decide no tener un séptimo día para descansar, habiendo tanto para seguir creando. Y continua la propia creación y recreación, con el pleno derecho y el pleno deber de equivocarse y con el permiso de provocarse tantos diluvios como sea necesario, por la única razón de que uno le agarra gusto a los arcoiris.

lunes, noviembre 15, 2010

Profesional

Si yo fuera un escritor profesional, es decir, si me dedicara a escribir literatura ocho horas diarias (con horas extras) para cobrar un cheque cada quincena, hoy hubiera sido un día especialmente productivo. El mundo allá fuera se dispuso estimulante: el gris de un lunes novembrino sumado a una temperatura nostálgica. El mundo adentro también estaba en su punto: un ánimo afligido buscando sentido en cada dato que llega a los sentidos. Todo se prestaba para algunos textos con potencial, asumiendo, claro está, que mi talento se mantuviera sano, obligado a crecer si quiere vivir y sin ese miedo a equivocarse de letras, o de dedos, o de reglas por escribir con la urgencia del poeta (porque para corregir y editar están los correctores y editores). Si yo fuera un escritor profesional, es decir, un escritor de negro sobre blanco, es decir, de letra impresa y tirajes industriales, quizá hoy me hubiera ganado la felicitación de algún jefe y la envidia (siempre mala) de algún colega. Si yo fuera un escritor profesional, no tendría que descuartizarme el cerebro (multitasking mode) para estar llenando reportes y horarios, ideando maneras de provocar el consumo, ahorrando y produciendo valores agregados y sintiendo como mis versos, mis cuentos y novelas no llegan a escribirse y se quedan en la esfera de las ideas y sensaciones sin encontrar nunca ese momento preciso de demostrarme literato. Si yo fuera un escritor profesional, no escribiría esta patética queja en un blog, sino que la pondría en boca de un genial personaje, es decir, en la boca de alguno de esos escritores frustrados y amargados que abundan en las novelas que cambian la historia de la literatura y que las escriben los escritores profesionales de hoy.

lunes, noviembre 08, 2010

Post sin encargo, robo de idea

A mí no me lo pidieron, pero me meto a esto de postear sobre la interrogante suelta en twitter por el buen amigo: ¿Se puede extrañar el otoño aún y cuando no lo has vivido?
Por definición, sí. Extrañar, epistemológicamente hablando, es no conocer. Extrañamos precisamente lo que no conocemos, es decir, que no hemos inteligido, de lo que somos extraños, ajenos, una otredad sin referencia intelectiva. Al menos en ese sentido, la respuesta a la pregunta es afirmativa. Claro, la RAE da 8 acepciones para seguir elucubrando:

Extrañar 
(Del lat. extraneāre).
1. tr. Desterrar a país extranjero. U. t. c. prnl.
2. tr. Ver u oír con admiración o extrañeza algo. U. m. c. prnl.
3. tr. Sentir la novedad de algo que usamos, echando de menos lo que nos es habitual. No he dormido bien porque extrañaba la cama.
4. tr. Echar de menos a alguien o algo, sentir su falta. Lloraba el niño extrañando a sus padres.
5. tr. Afear, reprender.
6. tr. p. us. Apartar, privar a alguien del trato y comunicación que se tenía con él. U. t. c. prnl.
7. tr. ant. Rehuir, esquivar.
8. prnl. Rehusarse, negarse a hacer una cosa.
 
Por lo pronto, aquí me quedó yo.

jueves, noviembre 04, 2010

Libertinos

Creer en dioses, o peor aún, en un dios con una De mayúscula, es para mucha gente una obligación genética, natural, incontrovertible, de hecho e inexcusable. Yo solo digo que es un derecho, como lo es no creer. Pero claro, esto que digo resultará para esos y esas un abuso de mi libertad de expresión, esa libertad reservada solo para los que pregonan la conservación del estatus quo, que no toleran el disenso y que viven para sermonear a los demás sin un ejemplo digno de seguir. Esos van por ahí mentándole a uno lo equivocado que uno vive por no creer lo que ellos creen y nunca preguntan en qué cree uno, ni por qué. Claro, eso ya sería razonar, y eso no está contemplado en sus mandamientos intelectuales, que suelen ser bastante insulsos. Libertinos, nos dicen, y yo me acuerdo de Diderot diciéndoles "La verdad absoluta no existe y esto es absolutamente cierto", mientras compilaba y editaba la primer enciclopedia que leyó la humanidad, con la que un montón de creyentes intolerantes educan a sus hijos y les dicen candorosamente que hay que estudiar para la gracia del señor, sin saber que el conocimiento y la educación se hizo posible gracias a los libertinos. Pero ellos son así, no les interesa saber, solo aprender lo que dios les dé a entender. Y la verdad, a veces entienden muy poco y de forma bien rara. Pessoa escribía que "No creer en Dios es un dios también", una frase complicada y compleja que de alguna manera podría tranquilizar a la parentela que sufre porque a uno le falta un dios. Pero en fin, ya lo decía Goethe: "Quien posee ciencia y arte también tiene religión; quien no posee una ni otra, ¡tenga Religión!". Conste que yo no tengo nada contra los creyentes en sí, reconozco su derecho y lo voy a defender siempre. Estoy en contra del discurso intolerante, de la extrema pobreza intelectual, de los violentos domésticos que con la misma mano que se persignan golpean a su familia, de los que hacen cierto lo que Spinoza decía: "la voluntad de Dios no es sino el asilo de la ignorancia". La cuestión es que, al final del día, me gusta ser un libertino, y también que me lo digan pensando que me insultan. Amén.

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