Pero volviendo a los hechos, cuando mi madre me dijo "mirá lo que te dejó el Niño Dios" se me vino a mi pensamiento una pregunta ¿Por qué me mentía mi madre? Ella que siempre me decía que mentir era pecado. Ella sabía que había sido mi padre el que había puesto el regalo en la cuna (que ya era una cama con rejas), ello lo vió, había sido su cómplice y ahora me mentía. Mi padre estaba ahí, sentado en la cama, sonriendo, mientras yo destrozaba el papel de regalo ante los ruegos de mi madre pidiéndome que lo hiciera con cuidado, mi padre solo decía "dejalo". Él también tendría prisa por ver mi cara cuando viera el robot que estaba en esa caja. Por primera vez en mi dura y corta vida recibía un regalo de navidad tan cercano a lo que había pedido. De pronto recordé cuando le dije a mi padre que quería pedirle al Niño Dios el robot que estaban anunciando en televisión. Mi regalo no era exactamente el mismo, pero sí era de baterías, caminaba, tenía un botón que hacía ruidos de disparos láser (que en nada se parecían a los disparos de la guerra con balas de M16 y AK47 que escuchábamos tan seguido y que aprendimos a diferenciar sin error), también hablaba, pero en inglés (y no recuerdo que decía). Me llevó una horas deducir que había sido más efectivo decirle a mi padre lo que quería de regalo que decirlo en silencio orando al Niño Dios, ahí comprendí que necesitaba más a mi padre que al Niño Dios, él si me complacía.
***
No tardé muchos días en encarar a mi madre con la pregunta: ¿Por que le seguía diciendo a todo el mundo que el Niño Dios me trajo el robot si yo había visto que mi padre me lo había llevado? Ella y mi padre improvisaron: lo que pasaba era que el Niño Dios, como era tan chiquito y tenía que andar por todo el mundo llevando regalos, no tenía tiempo de llevarlos todos personalmente en una misma noche, entonces por eso le dejaba a los papás los regalos días antes para que los entregaran de su parte. No niego que en un principio la respuesta me pareció aceptable, pero las dudas y las evidencias en un escéptico precoz son definitivas, pero opté por callar, y decirle a mi padre cada año qué es lo que quería de regalo. Claro, esto no funcionó siempre como debía, al siguiente año le dije a mi padre que quería un piano, y lo que amaneció en mi cuna (que seguía siendo una cama con rejas) fue una melódica. Entonces la explicación fue que como el Niño Dios era tan chiquito no podía andar cargando un piano. Quizá esa explicación me hubiera precido creible también, pero ya no creía en el Niño Dios. Por incordiar le dije a mis padres que entonces tal vez los Reyes Magos, que eran tres adultos y andaban en camello, podían con el piano. Entonces resultaba que los Reyes no tenían jurisdicción por estas tierras, porque se repartían con el Niño Dios las regiones para llevar regalos. Creo que mi padre y mi madre ya no creían que yo me creía esas cosas, pero siempre disfrutaban fantaseando conmigo y yo disfrutaba poner retos a su imaginación con preguntas que con el tiempo se hicieron un poco crueles.
***
Mi padre murió 6 o 7 años después, y la primera navidad en que no estuvo fue una navidad triste, llorosa, sin cinco para las doce en noche vieja, sin pavo, ni cena. Y claro, sin regalos, ni explicaciones. Mis preguntas empezaron su recorrido a solas por la vida. El año siguiente empezaron los exilios navideños. Otro país, otra familia, con sobrinos a los que sus padres también mentían diciéndoles que Santa Claus llevaba regalos, hasta a mí me llevaba regalos, pero no era lo mismo, nunca lo sería. Las navidades se fueron destiñendo, yo sigo huyendo de mi infancia en esas fechas, cada vez más incrédulo, cada vez más lejos de aquella cuna (que seguía siendo una cama con rejas) y cada vez más adentro.
![]() |
Víctor Manuel Menjívar, mi papá. |
* Este cuento se reescribe, se corrige, se precisa cada año, quizá porque yo mismo empiezo a dudar de estas respuestas que le doy a mis preguntas.