martes, diciembre 24, 2013

Mi cuento de navidad

Era la madrugada del 25 de diciembre del año en que yo tenía 5 años, o quizá del año en que tenía 6 años —es tan difícil precisar infancias. Me desperté poco antes de que amaneciera y no recuerdo sobresalto. Yo estaba en mi cuna (que ya era una cama con rejas). Todo estaba aún oscuro, pero no tanto como para no distinguir la escena: mi padre de pie buscando algo en una maleta de cuero que siempre estaba sobre el ropero. En la casa del pueblo todos dormíamos en un mismo cuarto, en el cuarto más seguro para dormir cuando hay una guerra que ametralla repentinamente. Mi padre sacó un bulto de la maleta de cuero que siempre estaba sobre el ropero, se notaba que intentaba no hacer ruido, el bulto estaba envuelto en papel de regalo y tenía una chonga. Le susurraba algo a mi madre que lo miraba sentada en la cama. Yo permanecía quieto, como sabiendo que mi vigilia tenía que pasar desapercibida. Vi que mi padre se dio la vuelta y se dirigió a mi cuna (que ya era una cama con rejas), entonces yo cerré los ojos para parecer dormido. Sentí que puso el bulto cerca de mis pies, mi madre susurró algo, y mi padre movió el bulto y lo puso cerca de mi cara. Yo no abrí los ojos por un buen rato, pero el corazón me palpitaba con fuerza. Sentí que mi padre volvió a la cama y ahí amaneció como cada 25 de diciembre y cada primero de enero, el resto de los días del año, desde hacía 23 años, mi padre amanecía atendiendo la panadería que nos procuraba el pan de cada día. Yo, cuando lo consideré prudente, abrí los ojos y vi el bulto de cerca, no cabía duda, era un regalo: una caja grande, más alta que ancha, medía como tres veces mi cabeza. Pasé quieto y despierto quizá la siguiente hora, en un intenso cara a cara con el regalo. Decidí terminar mi acto de bello durmiente cuando mi madre se levantó probablemente al baño, mi padre aún dormía. Abrí los ojos y me senté y agarré el regalo. Mi madre se acercó, sacudió un pie a mi padre para despertarlo, y me dijo "mirá lo que te dejó el Niño Dios" —en los pueblos, y en aquellos años, Santa Claus era un personaje demasiado secular, y los regalos de navidad se le atribuían al Niño Dios, fantasía más absurda aún porque dónde se ha visto que el cumpleañero sea el que regala y que un niño ande por la madrugada por el mundo llevando regalos sin tener duendes paganos y remos poseídos ayudándole—.
Pero volviendo a los hechos, cuando mi madre me dijo "mirá lo que te dejó el Niño Dios" se me vino a mi pensamiento una pregunta ¿Por qué me mentía mi madre? Ella que siempre me decía que mentir era pecado. Ella sabía que había sido mi padre el que había puesto el regalo en la cuna (que ya era una cama con rejas), ello lo vió, había sido su cómplice y ahora me mentía. Mi padre estaba ahí, sentado en la cama, sonriendo, mientras yo destrozaba el papel de regalo ante los ruegos de mi madre pidiéndome que lo hiciera con cuidado, mi padre solo decía "dejalo". Él también tendría prisa por ver mi cara cuando viera el robot que estaba en esa caja. Por primera vez en mi dura y corta vida recibía un regalo de navidad tan cercano a lo que había pedido. De pronto recordé cuando le dije a mi padre que quería pedirle al Niño Dios el robot que estaban anunciando en televisión. Mi regalo no era exactamente el mismo, pero sí era de baterías, caminaba, tenía un botón que hacía ruidos de disparos láser (que en nada se parecían a los disparos de la guerra con balas de M16 y AK47 que escuchábamos tan seguido y que aprendimos a diferenciar sin error), también hablaba, pero en inglés (y no recuerdo que decía). Me llevó una horas deducir que había sido más efectivo decirle a mi padre lo que quería de regalo que decirlo en silencio orando al Niño Dios, ahí comprendí que necesitaba más a mi padre que al Niño Dios, él si me complacía.

***

No tardé muchos días en encarar a mi madre con la pregunta: ¿Por que le seguía diciendo a todo el mundo que el Niño Dios me trajo el robot si yo había visto que mi padre me lo había llevado? Ella y mi padre improvisaron: lo que pasaba era que el Niño Dios, como era tan chiquito y tenía que andar por todo el mundo llevando regalos, no tenía tiempo de llevarlos todos personalmente en una misma noche, entonces por eso le dejaba a los papás los regalos días antes para que los entregaran de su parte. No niego que en un principio la respuesta me pareció aceptable, pero las dudas y las evidencias en un escéptico precoz son definitivas, pero opté por callar, y decirle a mi padre cada año qué es lo que quería de regalo. Claro, esto no funcionó siempre como debía, al siguiente año le dije a mi padre que quería un piano, y lo que amaneció en mi cuna (que seguía siendo una cama con rejas) fue una melódica. Entonces la explicación fue que como el Niño Dios era tan chiquito no podía andar cargando un piano. Quizá esa explicación me hubiera precido creible también, pero ya no creía en el Niño Dios. Por incordiar le dije a mis padres que entonces tal vez los Reyes Magos, que eran tres adultos y andaban en camello, podían con el piano. Entonces resultaba que los Reyes no tenían jurisdicción por estas tierras, porque se repartían con el Niño Dios las regiones para llevar regalos. Creo que mi padre y mi madre ya no creían que yo me creía esas cosas, pero siempre disfrutaban fantaseando conmigo y yo disfrutaba poner retos a su imaginación con preguntas que con el tiempo se hicieron un poco crueles.

***

Mi padre murió 6 o 7 años después, y la primera navidad en que no estuvo fue una navidad triste, llorosa, sin cinco para las doce en noche vieja, sin pavo, ni cena. Y claro, sin regalos, ni explicaciones. Mis preguntas empezaron su recorrido a solas por la vida. El año siguiente empezaron los exilios navideños. Otro país, otra familia, con sobrinos a los que sus padres también mentían diciéndoles que Santa Claus llevaba regalos, hasta a mí me llevaba regalos, pero no era lo mismo, nunca lo sería. Las navidades se fueron destiñendo, yo sigo huyendo de mi infancia en esas fechas, cada vez más incrédulo, cada vez más lejos de aquella cuna (que seguía siendo una cama con rejas) y cada vez más adentro.
Víctor Manuel Menjívar, mi papá.




* Este cuento se reescribe, se corrige, se precisa cada año, quizá porque yo mismo empiezo a dudar de estas respuestas que le doy a mis preguntas.

3 comentarios:

Flor Aragón dijo...

:'(

É.L. Menjívar dijo...

:')

Alada, fuerte y azul dijo...

cerca, muy cerca dentro muy dentro, me encanta conocer más a ese niño que también quiero tanto

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