domingo, enero 25, 2009

La cafetera italiana que vino de Cuba


Me encanta hacerme el café. Lo hago artesanal en una cafetera italiana, precisamente en la de la foto aquí a su derecha. Es italiana por su nombre genérico y supongo que los italianos se inventaron la técnica y el artefacto, pero esa cafetera de la foto, mi cafetera, es cubana, comprada en Cuba al menos, y es de un metal que pesa mucho (no como las que venden en Coffe Cup que parecen de papel aluminio) , y es justa la medida para dos tintos cubanos, o sea, dos expresos, o sea, dos café fuértísimos, y que se sirven de a poquitos. La cafetera me la regaló Sofía, una amiga con la que viajamos por Cuba en 1997, yo me vine y ella se quedó un par de días más, y ella supo de mi enamoramiento con el tinto cubano y me trajo esta cafetera. A Sofía la conocí en Cuba, ella es salvadoreña, pero nos conocimos vagabundeando en un Festival en la Habana, y nos identificamos como buenos compañeros de viaje. Ya de regreso en este pequeño país, no volvimos a reunirnos más que el día en que me dio la cafetera italocubana que me trajo, ese día también me prestó dos novelas y un disco doble de los Van Van, y como no nos volvimos a reunir sin la casualidad mediante, aún no se los devuelvo. Ella no lo sabe, pero mis mañanas de domingo (a la hora que se le antoja ser de mañana a mi domingo) son, gracias a ella y su gesto de regalarme esta cafetera, parte de la colección de momentos más especiales de mi vida. Parecerá un tontería, pero prepararse el café se torna un ritual si tienes una cafetera italiana: la medida, el calo, el olor y el sabor perfecto. Y ya dejo esto aquí porque el café y el ánimo se me enfrían ¡Buen día!

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