viernes, enero 23, 2009

El cuento del cinéfilo solitario

Había una vez, en un pequeño país —pequeño como la mente de sus habitantes, pequeño como el espacio para el arte en sus periódicos, pequeño como el rumor de sus victorias, pequeño como el horizonte de su playa, pequeño como el listado de sus libros más leídos, pequeño como el honor de sus leyes, pequeño como su verdad, pequeño como su justicia, pequeño como su integridad, pequeño como el tiempo para sus museos, pequeño como el amor por su historia, pequeño como cada uno de sus niños muertos, pequeño como su tolerancia, pequeño como su esperanza, pequeño como su curiosidad, pequeño como su autenticidad, pequeño como su gusto, pequeño como su optimismo, pequeño como sus posibilidades, pequeño como su capacidad de acompañarse, pequeño como su futuro, pequeño como su crepúculo, pequeño como su misericordia, pequeño como sus historias, pequeño como su gratitud, pequeño como su rabia transformadora—, un hombre siempre iba solo al cine.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

No sé qué me dolió más... si todos las "pequeñeces" enumeradas... o que yo también voy sola al cine...

É.L. Menjívar dijo...

¿Dolor?

Karla Rauda dijo...

A veces el dolor es una reacción primaria. Luego vienen otras... al recordar por qué vas solo al cine. El dolor por las pequeñeces de nuestro país es porque en el fondo me gustaría que fuera distinto. El otro dolor se calma con una ibuprofeno. Saludos.

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