¿Alguno de ustedes ha deseado tocar la cola de un avión? Yo nunca antes de que alguien que lo hizo me lo contó. Ahora lo deseo. Pero esos son otros vuelos. Pero los aviones son así, se involucran en la vida de uno de maneras incalculables. Cuando yo era un niño de 4 años, cada vez que pasaba un avión por el cielo del pueblo me decían "Julio se fue en un avión como ese", Julio era un primo mío, que nunca conocí, porque se fue en un avión, presuntamente a Brasil, pero en realidad se fue a otro lado y nunca regresó. Durante mucho tiempo, cada vez que veía un avión alzaba los brazos saludando a mi primo Julio, y los aviones empezaron a significar algo muy humano, yo recuerdo sentir cariño por los aviones, que era la imagen que tenía de mi primo Julio. Cuando tenía 6 años mi hermano mayor, que sí conozco, también se fue en un avión, y desde entonces saludaba a los aviones por partida doble. A los 11 años subí por primera vez a un avión, y descubrí que ni mi primo ni mi hermano estaban dentro de ese avión, y asumí que tampoco dentro de ninguno de los que había saludado antes. Los aviones perdieron todo mi afecto. Desde entonces he ido y venido muchísimas veces en aviones, y mi relación con ellos ha sido eminentemente utilitaria, con una excepción. La excepción fue viajando a La Habana, que me dio por sentirlos cómplices de mi huida, huía de un dolor.
Los aviones, ya sea abordo o no, nos separan de la tierra, nos alejan, nos disuelven, nos cambian. Los aviones se han llevado a mucha de mi gente, a veces la traen de regreso, pero también se la vuelven a llevar, y uno se acostumbra.
Hace una cuantas horas hablaba por teléfono con vos, Claudia, y me dijiste que nunca había escrito aquí de vos. Vos te fuiste en un avión, y volvés, a veces, y te volvés a ir, siempre, y siempre que hablamos, vos allá y yo acá, recién te has vuelto a ir en un avión, siempre te pregunto "¿Cómo va el aterrizaje?", y empezamos a hablar como aviones, sintiendo el golpe del tren de aterrizaje sobre la pista, la mortal fricción de las llantas, el estremecimiento, la angustia, las decisiones, la vida en tierra, la lejanía, lo bueno, lo duro. "Y vos", me preguntás, "¿Cómo te quedás?", y nunca sé qué decirte, y solo te digo "Pues así, quedándome". Luego nos reconocemos. La llamada se cortó, y ni vos ni yo volvimos a marcar. El aterrizaje se completa.
Yo ya no saludo a los aviones.
2 comentarios:
Yo también fui a La Habana huyendo de un dolor.
Está bonito esto.
Tan adoloridos que hemos sido.
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