lunes, septiembre 01, 2014

Volver a los cuarenta

Sí, yo siempre me quise ir. Estaba seguro de que me iba a ir. Sabía que me iba a ir. Si mi hermano se había ido yo también me iba a poder ir. Pero no me fui. Me quedé. Me quedé porque la vida empezó a contradecirme muy temprano, a podar mis mapas, a humillar mis vuelos, a empujarme hacia mis profundidades, a encerrarme en mí, a poner candados, a condenarme a una libertad condicional con todos los regresos obligatorios. Lo más duro fue cuando se empezaron a ir los amores, los amigos, los vecinos, los compañeros, los conocidos, los anónimos, los comunes. Uno a uno, unos contentos, otros llorando, se fueron. Yo me quedé, yo que sin decirlo lo gritaba: "¡Me voy a ir!", decía el niño empijamado. "¡Me voy a ir!", decía el puberto sangrado. "¡Me voy a ir!", decía el adolescente revolucionado. "¡Me voy a ir!", decía el suicida resucitado. "¡Me voy a ir!", decía el adulto empecinado con La vida está en otra parte bajo el brazo. "¡Me voy a ir!", dice el enajenado por las despedidas, el helecho que nunca echó raíces porque las raíces rompen las maletas, el ilusionado que nunca se hizo de un futuro cercano, el hombre encerrado que cumple cuarenta años y no sabe qué es exactamente lo que ha cumplido, el irresponsable que se queja en público de sí mismo esperando aplausos y algarabías, el que se ha quedado para darse cuenta de que lo peor de nunca haberse ido es no tener un lugar para volver.

1 comentario:

Alada, fuerte y azul dijo...

Se convirtió en las raíces de sus otros, en la promesa del retorno, de saberse en casa... eso, el amigo que abre los brazos y hace casa...

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