lunes, enero 31, 2011

Este no soy yo

Este no soy yo. Yo no voy por ahí articulando en palabras los escondrijos de mi vida. Nunca he sido bueno lidiando con las burocracias de la intimidad. Yo no comparto mis teorías vitales ni dejo en evidencia mi plan de sobrevivencia. Yo no confío en nadie. Quien me conoce sabe que no me conoce. Mi plática es un horizonte que no ofrece más allá. Yo soy silencio y huída. Nube. Molino. Pregunta. Este no soy yo. Para que lo sepás.

domingo, enero 23, 2011

Obsesiones

Es ridículamente pueril identificarse con personajes de series de televisión, pero me pasa. Yo no soy un médico genio para diagnosticar enfermedades rarísimas, ni tampoco soy un genial asesino en serie de asesinos en serie. Ni siquiera tengo el genio de los guionistas del caso. Es decir, no me identifico con la genialidad, sino con la angustia del genio que retratan las series que me gustas y que me obsesionan. Porque lo que soy es un obsesivo, un obsesivo discreto, tímido quizá. Y no soy un obsesivo fiel, es decir, el objeto de mis obsesiones no se mantiene constante, quizá por el afán mismo de no delatarme y no volverme predecible. Recuerdo muchas batallas contra obsesiones que se estaban volviendo fijas, como lavarme las manos unas 50 veces al día, o ver la hora 40 veces por hora. Uso crema de manos y dejé de usar reloj. Aún me como las uñas, bueno no, ahora, desde que me hago la manicura, ya solo me como una uña, y solo cuando estoy ansioso, y ultimamente suelo estar ansioso gran parte del tiempo. Las redes sociales quizás sean una obsesión vigente, pero como es compartida por muchas personas, no resulta en lo absoluto delatadora (aunque hay ciertas personas que superan el umbral de la salud mental). Ya no me obsesiono con mi memoria, me volví olvidadizo a fuerza de distracciones obligadas. Claro, tengo lapsus, como ahora que mi cuarto se ha llenado de cables, conexiones y aparatos (gadget le llaman ahora) que me ayudan a atrincherarme viendo una y otra vez a los personajes de las series que me obsesionan, o escuchar en mi intimidad las mismas canciones que mis amigos tachan de feas. Son los personajes de televisión la compañía suficiente en esta renovada obsesión por estar solo, que a lo mejor solo sea reconocer que me asustan los demás y mis decepciones. Me obsesiona la mentira que es mi verdad y el soliloquio de mis razones. Y hoy escribo contra mí y confesando, tratando de que otra vez la letra espante esta creciente obsesión por el silencio.

viernes, enero 14, 2011

Mama Chinda

Mama Chinda es mi abuela, la mamá de mi papá. Celebrábamos su cumpleaños los 13 de enero y no sé cuántos estamos celebrando hoy, y ella ya no está para preguntárselo. Yo tenía 13 años cuando su corazón dio su último latido. Su muerte fue mi primera tristeza profunda y desde entonces supe que toda muerte es injusta.
Pero hoy quiero recordarla con justicia, y eso no podría hacerlo solo, por eso he plagiado sin permiso las memorias de mi familia, que sabe recordar de manera más confiable que yo. Cito sin citar, para hablar de la mujer que marcó a cada uno nuestras vidas, esa que nos mimaba, que nos consentía, pero que nos corregía. Aprendimos tantas cosas, a no gritar, a comer, hablar suave, a ser correctos, a tomar cafecito a las tres de la tarde y con marquezote o mieluda, también a comer turrón del huacal con el molinillo, en los huevitos, a hacer las huellitas en las salporas, a entrarle los pantes de leña jugando, a rezar el Ángel de la Guarda, a decir el "Dios quede en esta casa", a atender al que visitaba y a darle lo mejor, a comer nances borrachos, a conocer qué es el amor eterno (por su Angelito), siempre hablaba de él como que  ayer se había muerto. Nos enseñó a curarnos, a tener templanza. También acordémonos de la aguita del tabaco que todos le robabamos, que buena que era, y por supuesto el rompope del día de navidad. Nos compraba trastes de barro en las romerías y nos encendía fuego para hacer tortillitas en los comalitos, nos daba un poquito de frijoles salcochados y queso duro para jugar, con tal que no le arruinaramos las plantas para simular hacer comida, y siempre se las arruinábamos. La recuerdo sentada haciendo puros, cortando granadas, caminando hacia misa con su mantilla negra y regando los camarones, las orejas de ratón, las verdolagas, las colas de ratón, las colas de ardilla, el breso, los tréboles, los rosales, claveles y otras plantas de ese jardín imposible, inmeso para cualquier infancia. María Gumercinda Henríquez viuda de Menjívar, recuerdo las siete cuadras repletas de gente que siguieron tu funeral, el ejército de mujeres al rededor de decenas de ollas tamaleras durante los tres días de tu vela. Criaste a tantos hombres y mujeres, tanta gente te debía favores que no querías cobrar nunca, tanta gente te quería como se quiere un símbolo de todo lo que una persona debe ser. Y aquí estamos nosotros, tratando de aferrarnos a tu presencia en nosotros, recordándote.



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*Gracias Yany, Nelly y Rosy por sus recuerdos.

lunes, enero 10, 2011

Fantasmas

Me voy a liberar de los fantasmas. Empecemos por extirpar cualquier alusión al miedo a mi concepto de fantasma. Los fantasmas de los que escribo no me dan miedo, pero provocan esa nostalgia incómoda por la ausencia de lo presente. Entonces, lo que pretendo es liberarme de esas ausencias presentes. Para ser más didáctico (y ojalá que nadie aprenda nada aquí) la comparación más acertada para entender a mis fantasmas serían esos contactos de los messenger que siempre aparecen "ausentes" y con quienes ya no se tiene una auténtica comunicación, y ni los saludos ocasionales provocan una mediana conversación. Claro que no estoy hablando de una purga de mis redes sociales, estoy hablando de la vida a la vieja usanza, de liberarme de la gente cuya presencia, física o no, ha sido relevante en la cotidianidad, pero que ahora su presencia inerte solo hace evidente su ausencia vital. Es que esta ausencia cínica me genera frustraciones innecesarias, me cansa el ánimo y me desgasta el juicio. Es que al verlos ahí uno los cuenta en su contabilidad existencial pero en cada balance se siente siempre que se va perdiendo más. Al liberarme yo, los libero a ellos, que suelo generar inquina es represalia por el abandono. "El que no está, no hace falta", decía Lucho, y cuánta verdad decía.
Pues eso, a liberarme de fantasmas: un poco más solo, un poco más libre.

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