domingo, enero 23, 2011

Obsesiones

Es ridículamente pueril identificarse con personajes de series de televisión, pero me pasa. Yo no soy un médico genio para diagnosticar enfermedades rarísimas, ni tampoco soy un genial asesino en serie de asesinos en serie. Ni siquiera tengo el genio de los guionistas del caso. Es decir, no me identifico con la genialidad, sino con la angustia del genio que retratan las series que me gustas y que me obsesionan. Porque lo que soy es un obsesivo, un obsesivo discreto, tímido quizá. Y no soy un obsesivo fiel, es decir, el objeto de mis obsesiones no se mantiene constante, quizá por el afán mismo de no delatarme y no volverme predecible. Recuerdo muchas batallas contra obsesiones que se estaban volviendo fijas, como lavarme las manos unas 50 veces al día, o ver la hora 40 veces por hora. Uso crema de manos y dejé de usar reloj. Aún me como las uñas, bueno no, ahora, desde que me hago la manicura, ya solo me como una uña, y solo cuando estoy ansioso, y ultimamente suelo estar ansioso gran parte del tiempo. Las redes sociales quizás sean una obsesión vigente, pero como es compartida por muchas personas, no resulta en lo absoluto delatadora (aunque hay ciertas personas que superan el umbral de la salud mental). Ya no me obsesiono con mi memoria, me volví olvidadizo a fuerza de distracciones obligadas. Claro, tengo lapsus, como ahora que mi cuarto se ha llenado de cables, conexiones y aparatos (gadget le llaman ahora) que me ayudan a atrincherarme viendo una y otra vez a los personajes de las series que me obsesionan, o escuchar en mi intimidad las mismas canciones que mis amigos tachan de feas. Son los personajes de televisión la compañía suficiente en esta renovada obsesión por estar solo, que a lo mejor solo sea reconocer que me asustan los demás y mis decepciones. Me obsesiona la mentira que es mi verdad y el soliloquio de mis razones. Y hoy escribo contra mí y confesando, tratando de que otra vez la letra espante esta creciente obsesión por el silencio.

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