sábado, octubre 23, 2010

Abstracciones

Un mapa
los número
un ícono
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una partitura
el código binario
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los paquetes vacacionales

nosotros

lunes, octubre 18, 2010

La carta

Mi estimado,

Esta carta no es para enviártela, eso ya no se usa, hoy se escriben post en blogs, y uno espera que no lo lea nunca el aludido. (Te) Escribo porque de pronto se me ocurren cosas que me gustaría poder contárselas a alguien que las entienda, no solo que las escuche. Ojalá no se ofenda alguien, pero a veces, por mi cabeza, y eventualmente por mi vida, pasan cosas que estoy seguro que solo a vos podría compartírtelas. Hace unas cuantas noches apareciste en mi cabeza, sin ningún motivo, sin ninguna razón. Estaba yo en un lugar en el que nunca estuvimos ni estaremos juntos, y no había absolutamente nada que tuviera que ver con vos, solo mi imagen en ese espejo. Y te pensé. Y te extrañé. Fue recordar que una vez creí que ciertas cosas sucedían en esta realidad y no solo en la que inventamos a golpe de teclas. En medio de un ruido que hoy me gusta, recordé nuestro silencio grave, nuestra soledad inmensa, nuestras guitarras temblorosas y nuestro nosotros siempre desafiante. Nunca fui tan valiente, quizá porque nuncá más creí que algo fuera cierto. Recordé la primera vez que probé el vino, la primera vez que fui sincero sobre tu mirada. Recordé un Opus 64 Nº 3 de Chopin, seguido de Claude Debussy y ese Claro de luna en manos de Alicia de la Rocha —lo oigo miestras escribo— que nos ponía a llorar irremediablemente, como a reir como desquiciados al ver "Marcelino pan y vino". El lugar era extraño/ajeno/distante/imposible para un recuerdo como vos, pero ahí estabas conmigo, en un acto espontáneo de compañía. Ahí estabas, como eras, como soy. Ahí estuviste hasta que no tuvo sentido. Entonces se hizo urgente esta carta, porque las cartas que nunca llegan al destinatario son la mejor manera de hacer cierta la verdad de la distancia.

Sin más por esta vida, me despido, como siempre, con una mentira y un hasta luego.

Saludos.

domingo, octubre 10, 2010

Un terremoto (10 de octube de 1986)

Hubiera querido armar este post de recuerdos, de aquella excursión de sexto grado, del enigmático "¡cruz, clavera y campo santo!" que soltaba con cada réplica la mujer que nos refugió entre araucarias que se balanceaban, de mi tarea de geometría, de aquel titular de primera plana que entró a mi vocabulario para siempre, de mi papá llevándome al centro, de mi mamá enojada porque mi papá me llevaba al centro, de lo que vi y de lo que no vi, de mi tía Margo contándome su propio terremoto décadas atrás, de los olores a muerte y a pánico. Pero un terremoto no se puede volver a armar, no se deja, se sigue moviendo en la memoria y se escapa a las palabras. Un terremoto es el fin de la inmortalidad, de la fe ciega, de la confianza en la obra humana. Un terremoto es la pregunta que empieza, la grieta que divide en dos la infancia, la pesadilla sin sueño que solo encuentra un abrazo para el refugio. Un terremoto es una fecha para contar la desconfianza, una traición imperdonable, el odio de algo que no existe. Un terremoto son personas salvando personas, personas desenterrando personas para volverlas a enterrar, es la solidadaridad desesperada de los que se sienten abandonados y condenados a su contundente fragilidad. Un terremo es un recuerdo entre ruinas que nadie puede reconstruir.

domingo, octubre 03, 2010

Borradores

Ya se hizo una rutina: acceder (fea palabra esa) al escritorio del blog y abrir "entrada nueva" (o "new post"), empezar a garabatear la idea que tenía y sentir como se va diluyendo mi entusiasmo. Así he acumulado 37 borradores de post que no me animo a publicar, y muchos ni a terminar. Pero tampoco me animo a eliminar de la lista de borradores. Ahí quedan esperando un segundo juicio o una segunda mano. Lo más seguro es que alguno llegue a publicarse, algún día en que, desesperado, quiera darle un poco de vida nueva a este Inútil para que no se la pase viviendo de sus glorias pasadas. Es que este oficio a veces resulta cruel, sobre todo en la medida en que el oficiante se toma demasiado en serio, y se exige como que no se conociera imperfecto y vacilante, como si no supiera que cada día solo es, también, un borrador, una idea más o menos acabada que no tiene otra opción que publicarse tal y como va saliendo.

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