sábado, enero 26, 2013

Teorema del milagro


Llámenle geometría emocional, o matemática vital, o supervivencia algebráica, o cálculo diferencial aplicado a la salud mental. La humanidad, en el universo de los números, es lo de menos, lo que realmente importa son los resultados —que existen en la naturaleza sin intervención humana—, la exactitud, la seguridad de que hay verdades irrefutables y absolutamente demostrables. Claro, a esta altura sabemos ya que esa exactitud solo es cierta bajo las condiciones físicas y cósmicas que permiten existir a esta especie. Poco sabemos, pero suficiente: creemos. Porque somos mejores creyendo que sabiendo. Saber es limitante y limitado. Creer es absurdamente infinito. En fin, los números están para creer en algo, así, infinitamente exacto. "Lo malo de la vida es que no es lo que creemos pero tampoco lo contrario", dijo Pitagoras cuando supo que el número es el que rige las formas y las ideas, y la causa de los dioses y los demonios. Y así, por la vía del absurdo, avanzo hacia mi teorema, en el que calculo con pulso tembloroso, ese exacto momento en el que seamos esos catetos al cuadrado que sumen el cuadrado de la hipotenusa del milagro de saber unir el final con el principio: la felicidad.

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