jueves, junio 30, 2011

El burócrata sentimental

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—Este es el horario– Le dijo, extendiéndole una hoja de papel con rayas en las que se distribuían unas series de horas precisas.
—¿Horario?– Preguntó con la cara llena de extrañeza, mientras tomaba con curiosidad la hoja de papel y trataba de entender el significado de esas series de horas.
—Sí– le dijo en tono seco y firme —El horario para querernos– y le soltó una sonrisa amable.
—¿De qué hablás?– Interrogó un poco confundido —¿Horario para querernos?
—Leé, ahí está todo detallado, y claro, si querés agregar algo o algo no te queda claro podés mandarme un correo y lo discutimos en la sobremesa del jueves, que es cuando más tiempo tendremos. Por favor revisa tu email en un par de horas, estoy terminando los términos de referencia para el sexo.

miércoles, junio 22, 2011

La seño Cristy y la seño Pilan

Mi mamá, Cristy, y mi tía, Pilan, son maestras: profesoras: docentes. Mi mamá es maestra graduada de la legendaria Escuela Normal de Chinameca de a mediados de los años 50 del siglo pasado. Mi tía estudió en la también legendaria Escuela Normal de Cojutepeque, casi por la misma época que mi mamá. Maestras de aquellas, de candelitas de yeso y pizarrón de madera pintada con pintura verde para pizarrón, borrador felpa y metro de madera amarilla. Mi mamá tuvo que cruzarse el Lempa para su primer nombramiento, y así fue que llegó al pueblo donde vivía el que sería mi papá. Mi tía Pilan, hermana del que fue mi papá, fue primero amiga de mi mamá porque su mamá, mi abuela, era vecina y amiga de la niña Paquita, dueña de la casa donde mi mamá llegó de pupila. En algún momento apareció mi papá, pero ese momento no lo voy a contar hoy.
Pasaron los años de ejercicio docente, y luego de muchas peripecias, exilios, huelgas y 21 de julio, mi mamá y mi tía gobernaron juntas la escuela del pueblo, mi mamá como directora y mi tía como subdirectora. Pero, pese a lo que usted, mi estimado lector pensará, no era fácil para mí estudiar bajo ese gobierno. No crean ustedes que tuve privilegio alguno por mi linaje, al contrario, ambas, mi mamá y mi tía, regidas por un sentido ético incomprensible para un niño como yo, tan consentido por mi mamá y por mi tía en el hogar. En la escuela mi mamá no era "mami" –¡diocuarde!– era la "Seño", y mi tía no era mi tía Pilan –¡diocuarde!– era la otra "Seño".
A pesar de siempre haber sido pacifista, siempre hubo algunos compañeritos-mala-gente que se empeñaban en acosarme por una especie de odio de clases (sic), no me dejaban jugar con ellos, y cuando me dejaban era para agarrarme a pelotazos. Pero esto no es un relato de la prehistoria del bullying, porque no era ni tan a menudo, ni tan exagerado, y yo lo recuerdo con humor, sobre todo porque siempre he sido paciente para la venganza. Claro, en esos años me parecía que aquello no podía ser peor, pero sí lo fue: El día que se me ocurrió, por puro instinto de hijo, ir a quejarme con mi mami por un pelotazo en mi cara, pero mi otrora mamá no estaba por ningún lado en el rostro de la "Seño", quien fue implacable, pero contra mí, y me recetó un sermón sobre cómo debe uno forjarse el carácter y cómo debe uno aprender a jugar para eso, que si no estaba dispuesto a aguantar pelotazos que no jugara más y que buscara otra cosa que hacer, pero que no llegara a la dirección a quejarme por cada vez que me golpeaba jugando, que así nunca me iban a respetar a mí, y a ella tampoco. Fue entonces que decidí hacerme músico y quise entrar a la banda de guerra, donde mandaba la que extramuros era mi tía Pilan, intramuros la subdirectora. Y resultó que tampoco, es decir, que ya estaba completa la planilla, y cada plaza libre que quedaba era muy codiciada y había larga lista de espera, y que no se me ocurriera pensar que habría consideración alguna para el sobrino extramuros, no. Me quedó entonces la estudiantina, una especie de orquesta estudiantil que dirigía don Sabas, el maestro de música, sin ningún parentesco conmigo, menos mal. Pude entrar. Yo soñaba con aprender a tocar la guitarra, el acordeón, hasta el melodión, que eran los instrumentos de cabecera. Mi hermana mayor tocaba la melódica. Pero resulta que el único instrumento disponible para mí era la marimba, una marimba digna de un kiosco en Esquipulas, enorme y pesada, tan pesada que nunca salía de la bodega donde se guardaban los instrumentos y, por tanto, mientras los demás aprendían a interpretar y ensamblarse en el salón grande, yo aprendía en la soledad de la bodega de instrumentos. Sospechaba que si ni para los ensayos la marimba salía de ahí, menos iba a salir para los actos públicos de la escuela y peor para los que se realizaban en otra escuelas. Fui, entonces, el marimbista solitario. Pero me aprendí la escala musical y algunos solos para marimba sin orquesta. De vez en cuando llegaba don Sabas a supervisar y a enseñarme otra pieza, hasta que una tarde, antes del ensayo solitario, me ganó la frustración y no fui más, y me dediqué a aprender con la melódica de mi hermana en casa. Para mis padres era una muestra más de mi inconstancia de hijo consentido, varias veces demostrada a los largo de los larguísimos nueve años de mi vida.
Con los demás maestros la cosa a veces era más fácil, es decir, me apreciaban con voluntad política, y me calificaban por lo que demostraba saber, al menos eso creía yo. Obtuve el primer lugar de segundo a quinto grado. Cuando se mencionaba mi nombre en la clausura del año, se oían siempre murmureos en el público. Claro, todos decían, o pensaban, "si es el hijo de la directora". En este caso mi mamá y mi tía se mostraban sinceramente contentas y orgullosas, sabían que ellas no tenían ninguna influencia en esos resultados, que todo era por mi rendimiento. Claro, sabían que en casa tenía una mamá y una tía que me hicieron leer desde los tres años, que me leían de todo desde antes, y que me proveían de juegos para contar, sumar y multiplicar. Yo no hice primer grado porque el año que hice preparatoria (hoy kinder 4 o 5, no sé) en el Kinder por la mañana, por las tardes mi mamá me llevaba a la escuela y me metía en el curso de primer grado de "oyente", y yo ya leía de corrido y escribía y sumaba y restaba y multiplicaba (dividir era mi punto débil, pero para eso estaba tercer grado). Cuando, al año siguiente, tocaba inscribirme formalmente en primer grado, la niña Carmencita le dijo a mi mami, perdón, a la Seño, que me matriculara de una vez en segundo grado porque ya sabía todo lo que ella enseñaba en primer grado y que me iba a indisciplinar por aburrimiento. La directora le encontró lógica al asunto, y entré a segundo grado de una vez, y luego fui pasando de grado en aquella escuela que una guerra me hizo dejar. 
Los años bajo el gobierno pedagógico de la seño Cristy y la seño Pilan me enseñaron todo lo que siempre he necesitado para aprender: sentirme contento y orgulloso de ser hijo y sobrino de dos mujeres maravillosas que siempre me esperaban fuera de la escuela para seguir malcriándome y dejándo que yo las educara en las oscuras artes de comprenderme. Y, en el día de la maestra, este es mi homenaje.

miércoles, junio 08, 2011

Enemigos imaginarios

No, que va, ustedes no son mis enemigos. La palabra enemigo es demasiado real y demasiado grave. Ya no los quiero, pero no los odio. Los quise. Luego los odié, pero fue porque me dolieron, pero fue porque los quise. Y para el bien de la humanidad, mis odios son temporales, nunca me sobreviven lo suficiente. Indiferentes, eso sí me son, indiferentes. Ya me puedo reír de ustedes y de mí con ustedes. Ya puedo verlos circular mi periferia y permanecer así, indiferente, tal cual. Claro, a veces los extraño, después de todo eran buenos enemigos. Los enemigos perfectos, se podría decir: mediocres de talante, incapaces de reconocerse traidores, primitivos en sus instintos, solitarios desesperados, ignorantes de sí mismos. Así da gusto tener enemigos. Siempre inferiores. Siempre imaginarios.

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