miércoles, diciembre 29, 2010

Turista

Cuando viajo me resisto a escribir bitácoras literarias, a dar parte de “las aventuras” del viajero, a forzar los detalles para que parezcan interesantes a quien los lea y me perfile como un escritor de mundo y con mirada suspicaz, capaz de describir sensiblemente todo lo que ve. Mi resistencia no es un crítica a quien lo hace, sino, quizá, sea producto de estar consciente de la incapacidad para hacerlo, o por sentir que cualquier texto de produzca queda muy por debajo de lo que debería ser. 
Otra hipótesis que va cobrando fuerza es que quizá sea un mal turista, es decir, un viajero que hace cosas aburridas que a lo mejor a nadie le interese leer. Por eso voy diciendo que yo no soy turista, que yo soy un visitante. Busco gente, no busco lugares, no tengo una ruta muy clara porque odio las precauciones y los itinerarios histéricos, los planes milimetrados me ponen escéptico y un tanto nervioso. Me gusta que el tiempo me lleve o me deje; soy como un trasnochado poeta que viaja en espera de que la vida me sorprenda con alguna herida, con el hallazgo de una nueva vulnerabilidad. No busco el riesgo, pero no le huyo. El riesgo es solo una forma insegura de improvisar, de buscar versos reales, formas que existen, vidas que viven, lágrimas que mojan, metáforas literales. Vivir de visita es un extremo prohibido para los cautos que calculan planes que les indiquen el punto exacto en que pueden fracasar, o sobrevivir, o conseguir impostar un poco de esa felicidad que deja ir de paso por lugares mucho más bonitos que los que a uno le rodean a diario.
Claro, a veces envidio a los turistas porque se maravillan mucho y con relativa facilidad, hasta saben cuándo y dónde sucederá porque se han leído las guías de viaje y sus reseñas, y no se pierden ningún sitio importante, se aprenden los datos, las historia y entienden qué hace piedra sobre piedra, toman la foto para su registro privado y para sus perfiles sociales. Envidio su forma de disfrutar, tan diáfana y segura, envidio sus cámaras como soporte de su memoria, sus ganas y sus fuerzas para extremar sus noches y conseguir el placer que buscan, o al menos tener el placer de buscarlo. Me gusta su delirio alcohólico en un escenario virgen que los libera del público de siempre. Me gustan sus acentos confundidos, las palabras y las frases prestadas para poder comunicar sus ansias de ser parte y conseguir así un poco de complacencia hospitalaria.
Por buena o mala suerte, nunca tuve el dinero ni el ánimo para ser turista de manual. Entré a los mundos ajenos por las circunstancias y su peligroso sino, y entré sin mapa, ni hotel, ni hostal. La primera vez fue solo y sin saber a quien iba buscando ni a donde exactamente llegaría, ni por cuánto tiempo, y sin estar seguro de haber llegado al lugar correcto. Entonces descubrí personas, y fueron esas personas las que se convirtieron en los destinos para mis viajes.
Tal vez intente, ta vez no. Hoy solo voy en un tren de madrugada y dejé atrás uno de mis destinos.

miércoles, diciembre 01, 2010

Sobre mi apéndice y otras entrañas

Un día, de pronto, ya no tienen uno apéndice. No deja de ser raro ver fuera de uno un pedazo que ha sido de uno desde que uno es uno. Ahí estaba, blanquecina, enjutada, ahogada en un líquido raro dentro de un bote que bien podría contener 100 ml de mayonesa, y no un apéndice, mi (ex) apéndice. Dicen que no sirve para mucho, que por eso las partes "extras", los "por si acaso" de los documentos importantes se llaman apéndices. El diccionario de la lengua no es muy bondadoso aportándole significados dignos, a lo mejor otros diccionarios digan más, como uno de anatomía o medicina. Pero parece que no hay acuerdo en para qué está, pero algunos creen que solo está para que el cuerpo pida su exilio forzoso, so pena de muerte. Es que claro, sin los avances médicos de hoy en día, un cuadro de apendicitis (la inflamación de la apéndice debido a una obstrucción imposible de determinar: un pedazo de uña (ajá, por comerse las uñas), una semilla de linaza (ajá, por vegetariano), una semilla de guayaba (ajá, por hacerle caso a García Márquez), o por cualquier partícula que pueda evitar que el apéndice pueda desahogarse) no podría ser detectado y uno se muriera así nomás, de muerte natural, como se usaba antes. Esto me hace pensar que probablemente mi cuerpo estaba programado para morirse el lunes pasado, o el martes, como mucho, según el médico, que es cuando el diagnóstico hubiera sido peritonitis, es decir, que el apéndice hubiera explotado y hubiera perforado el intestino y provocado una infección bacterial masiva e irreversible. Hace unos 100 años, ahí hubiera terminado mi cuento. Pero bueno, en este aquí y en este ahora, heme aquí cavilando sobre un pedazo de tejido extraño, que viene de gratis en el paquete y que resulta tan caro librarse de él. El dato curioso, y conmovedor, es que a pesar de que no soy ni seré el pariente que visita a los parientes cuando están en el hospital, fui muy visitado por mis parientes, que sí son buena gente, y eso resultó ser buen indicio de que han llegado a comprender que en las entrañas no es que sea yo un mal tipo.

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