lunes, agosto 31, 2009

El cuarto hijo

Cuando mi madre iba a ser madre por tercera vez, el doctor Navarrete, que era el doctor de la familia, le dijo que durante el parto la esterilizaría porque temía que un cuarto embarazo no fuera muy bueno para su salud. Mi madre no dijo mucho. Mi madre nunca dice mucho, ella siente, calla y hace. Mi madre y la próspera familia Menjívar Quintanilla vivía en Guadalupe, un pueblo en el fondo del Valle Jiboa, en San Vicente, y toda atención médica, incluyendo los partos, tenían que ser en la ciudad de San Vicente, la más cercana. Llegado el día 17 de septiembre de 1969, mi madre supo que había llegado el momento de parir, y muy callada tomó su vida y a solas con su hija que asomaba, viajó en sentido contrario a San Vicente, casi huyendo, viajó casi tres horas hacia San Salvador, llegó, como pudo, a un hospital de la Colonia Roma, donde atendían a maestras, y se internó de emergencia de parto. No dijo mucho tampoco. No dijo que tenía indicación de esterilización, ni dijo que estaba ahí con doctores desconocidos y sola, y no con el doctor Navarrete ni con la familia, precisamente porque no quería ser esterilizada, porque ella, aunque no lo dijo, quería tener su cuarto hijo: "yo te quería tener", me dice y me mira con brillos, cada vez que me cuenta esta historia real-maravillosa. Cinco años después me tuvo, un 23 de agosto, en la madrugada, en una hora imprecisa hasta para los signos: No tomé leche materna porque la sequé pronto (el "secaleche", me dicen en familia), fui intolerante a la lactosa y crecí con leche de soya, me diagnosticaron anemia crónica, usé zapatos ortopédicos, fui un niño llorón, consentido, frágil, caprichoso y berrinchudo, además un poco mentiroso-fantasioso y medio raterito, un travieso solitario, tuve perros, gatos, conejos-come-flores, pollos-azules y chompipes, que ponía a dormir juntos. Fui feliz sembrando geranios y claveles, odié el fútbol, fui acólito creyente, después fui un apóstata precoz pero con razón y causa, me hice rebelde, libertino, contestón y desobediente, fui subversivo y me salí del guacal, un poco inútil, fui otra cosa, siempre otra cosa de lo que mi madre quizá quería que fuera su cuarto hijo. Pero, a pesar de todo, cada año, cada agosto, mi madre que poco dice, me dice siempre "yo te quería tener", y aún lo dice sonriendo.

lunes, agosto 24, 2009

La risa fácil (ó dando largas al post de Cumpleaños)

La gente de oficina, a veces, ríe escandalosa por cosas que a mí no me causan ni sonrisa, y eso que hago todo mi esfuerzo por ser gente de oficina. Claro, si esas cosas que a mí no me dan risa las dice un cliente, la risa esa escandalosa toma un tono de celebración desproporcionada, a manera de hacer sentir al cliente un humorista profesional. La risa fácil, o es un don, o es un mal hábito, depende la circunstancia quizá, lo cierto es que nunca voy a confiar del todo en las gentes portadoras de esas risotadas chillonas, acaso vulgares, invasivas y desconsideradas, propias de la prepotencia impostada para disimular la falta de inteligencia social y emocional. También es cierto que la risa fácil es rentable, trae y mantienen negocios, y eso hace a la gente de oficina buena gente de oficina. Yo quizá este condenado a ser un impostor entre gente de oficina, y un impostor de poca risa, eso sí.

martes, agosto 18, 2009

Aforismos sobre el ocaso

1
Cuando las cosas parecen terminar puede ser que en realidad estén terminando.

2
Una manera cruel de evitar un final es prolongarlo.

3
Una manera hermosa de convocar un final es dando las gracias.

4
Uno sabe con seguridad que algo terminó cuando sabe que algo nuevo está empezando.

5
Uno le teme al vacío del final hasta que sabe que el salto es acompañado.

6
Cuando no hay más razones que el miedo a empezar de nuevo, el final ya pasó.

7
Hay quienes duermen, por costumbre, con la costumbre.

8
A veces no nos merecemos el final que necesitamos.

9
Dice Ismael Serrano que el amor es eterno mientras dura, y yo le creo.

10
Lo más hermoso de ver el sol cuando se va es saber que regresa para irse de nuevo.


------
Aclaración innecesaria: el contenido de este post es completamente original del autor ®©

lunes, agosto 10, 2009

Cielos a la antigua

Me pasaba siempre con los cielos, antes, cuando viajaba solo, y miraba al cielo en Guadalajara, en Panamá, en la Habana, en el Mediterráneo, en Cartagena de Indias, en Caracas, en Guatemala, me pasaba siempre que veía el cielo distinto, con otra luz, no sé, como más alto, no sé, como más bajo, no sé, siempre raro, distinto, siempre otro cielo, ni más ajeno, ni más mío, simplemente otro. Entonces teorizaba: el cielo también tiene fronteras, y cada país tiene un cielo propio y distinto, y esto ayuda a que los ciudadanos sepan ubicarse dentro o fuera de su país solo con mirar al cielo. Lo curioso es que yo era el único ciudadano que notaba esta diferencia, y, con el agravante de ser poeta (sic), cada vez que se lo mencionaba a alguien, ese alguien en cuestión me miraban con esa mirada de lástima, no sé, o de admiración, no sé, o de respeto, no sé, o de burla, no sé. Entonces lo dejé de mencionar y me sentí dueño de un secreto maravilloso que solo yo conocía, que solo yo comprendía. Pero resulta que por alguna razón que aún no conozco, dejé de mirar tanto al cielo cuando viajaba: creo que pasé un viaje entero por Bogotá sin ver el cielo, porque no recuerdo el cielo de por ahí, tampoco recuerdo el cielo de Frankfurt, ni recuerdo el de Nueva York, aunque ese sí lo vi porque tenía que ver como lo rascaban los edificios, pero el cielo fue entonces solo el fondo, no la forma. Así pasaron otros viajes, sin cielos extraños que recordar, hasta mi más reciente viaje a Guatemala, a la Antigua Guatemala, donde me volví a encontrar con otro cielo extraño, extranjero si quieren.




No era por las nubes oscuras, ni por los volcanes, era otra vez ese no-sé-qué que me hacía sentir lejos, extraño, extranjero si quieren, con cierta libertad, con cierta desconfianza, con cierta felicidad y cierta nostalgia.





Lo cierto es que fue un reencuentro con esa parte del cielo que me corresponde, y no hablo de religión, sino de helio, espacio e inmensidad, de un delirio de mi ego, de ese cielo que quizá esté adentro, no sé, o demasiado afuera, no sé.




No pude, ni quise, evitar el recuerdo del poema de Mario Benedetti que copio a continuación, porque explica, en la medida que esto es explicable, algo de esos otros cielos, que por lo visto acosan a algunos por ahí.

No existe esponja para lavar el cielo
pero aunque pudieras enjabonarlo
y luego echarle baldes y baldes de mar
y colgarlo al sol para que se seque
siempre faltaría el pájaro en silencio

no existen métodos para tocar el cielo
pero aunque te estiraras como una palma
y lograras rozarlo en tus delirios
y supieras al fin como es al tacto
siempre te faltaría la nube de algodón

no existe un puente para cruzar el cielo
pero aunque consiguieras llegar a la otra orilla
a fuerza de memoria y pronósticos
y comprobaras que no es tan dificil
siempre te faltaría el pino del crepusculo

eso es por que se trata de un cielo que no es tuyo
aunque sea impetuoso y desgarrado
en cambio cuando llegue al que te pertenece
no lo querrás lavar ni tocar ni cruzar
pero estarán el pájaro y la nube y el pino.


Si quieren oirle el poema al propio y siempre vivo Mario, y ver otros cielos también, les dejo este audiovisual que tiene ese no-sé-qué que tienen algunos audiovisuales que lo hacen a uno sentir nuditos ahí, aja, ahí donde se hacen nudo las emociones.



Hasta otro cielo.

-----------------
PD: Las fotos las tomé con mi cel de apenas 2 megapixeles, pero algo se ilustra la cuestión. Y confieso que las tomé para traérselas a Flor que gusta de las nubes con ese no-sé-qué. Así que ahí están Flor. Ah, y bueno, también me acordé de Miguel que anda bajo otros cielos, pero no sé si se ha dado cuenta.

miércoles, agosto 05, 2009

Pretexto

Escribir. Borrar. Escribir. Borrar. Escribir. Borrar. Las computadoras con su "delete" y su "backspace" han hecho que que los escritores actuales seamos seres inseguros (la pluma y el papel y hasta la máquina de escribir mecánica tenían esa contundencia que obligaba a estar seguro al empezar y terminar un texto). Escribir. Borrar. Escribir. Borrar. Escribir. Borrar. Nos decimos perfeccionistas, cuando, en realidad, lo que tenemos es miedo de publicar un mal texto, pero no resistimos la compulsión de publicar, aunque sea un pretexto. Escribir. Borrar. Escribir. Borrar. Escribir. Borrar.

Copyright

© ® Todos los derechos reservados. Todos los textos, contextos, y pretextos, a menos que se indique lo contrario, son de la autoría del bloguero en cuestión. Su uso está condicionado a citar la fuente y este blog.