martes, agosto 26, 2008

"Desde mi vida se ve el mar" ("Vida con vistas", el poema)

Vida con vistas

Desde mi vida se ve el mar
con su imposible betún plateado
y la huella de último creyente
perturbándolo desafiante
y se ve la plaza imaginaria
en esta ciudad desplazada
se ve como rebotan las golondrinas en las ventanas del viento
y esa fuente marchita
donde caen recuerdos que nadie tiene
se ve el sol que no se pone
y las montañas sin fe que las mueva
el camino del hombre
y la mueca de la risa del desgraciado
se ve el tintero y las ganas de amar del asesino
se ve tan claro el tiempo
y sus tabiques de historia
la muralla flotante de la utopía y el absurdo
se ve tan lejos el suelo
y la mujer que llega
se ven los bosques del pintor
el niño que mira alto
y el baile torpe de un hipopótamo
y la mirada del indolente insomne
que está allá
desde su vida
viendo como se ve el mar
con su imposible betún plateado

domingo, agosto 24, 2008

"Desde mi vida se ve el mar" (la foto)


Así vi, desde mi vida, el mar el día de mi cumpleaños.

domingo, agosto 17, 2008

A caballo




A caballo. Así anduve hace unos días, en medio de unos parajes otrora inhóspitos, y hoy turísticos. Guazapa. El cerro ese que dicen que parece una mujer dormida, y que no se despertó ni con la guerra que tuvo en las entrañas. Yo tuve un caballo de niño, un caballo blanco que se llamaba, si mal no recuerdo, Ángel Blanco, porque era blanco, y porque mi abuelo se llamaba Ángel, y mi hermano mayor se llama así también y la finca familiar se llama El Angelito. Escribo esto y empiezo a dudar de la veracidad de mis recuerdos, pero bueno, tómenlo por el lado literario y con el único objetivo de entretenerlos con una historia más interesante que cualquiera de mi vida verificable, o no sé. De mi caballo recuerdo su lengua sobre la palma de mi mano comiendo lo que le daba, a las vacas les daba sal, al caballo no recuerdo bien. También me recuerdo en overoles azules montado en el caballo, primero con mi papá o con don Lencho, el señor que pastoreaba las vacas a caballo. También recuerdo cuando estuve solo yo sobre el Ángel Blanco, y que aprendí a llevarlo, o él aprendió a llevarme. De pronto mis recuerdos se truncan, y no tengo modo de saber que pasó con el caballo, y hasta el cierre de este post mi mamá no me contesta el celular, ni el fijo, así que ahí les cuento después. Sí recuerdo que las vacas se las robaron, eran los ochenta, y eso era así. Pero volviendo a caballo a Guazapa, comprobé que andar a caballo es como andar en bicicleta, que no se olvida, pero que tampoco es que se recuerde lo suficiente. Pero por ahí anduve a caballo, con una sensación animal y ajeno del suelo. Como a veces me pasa, recurrí a mi teléfono y su cámara de apenas 2.2 mega píxeles y grabé unos segundos de mi travesía , y aquí está por si alguno o alguna quiera ver como se ve la vida a galope de caballo.

Hay días tan pequeñitos

Hay días tan pequeñitos que se les pierden a los calendarios. A uno le toca andar preguntándole a los gatos, y en caso extremo a las ardillas –que son expertas en buscar y encontrar– para poder gastarse las pequeñitas horas que conforman esos días tan pequeñitos. Son días, además de pequeñitos, repletos de estampitas de colección, unas de colores sin nombre y otras con acordes para guitarras desafinadas. También hay ahí estampitas con fotografías de bodegones en los que posan desnudas las emociones unas encima de otras, de lado, de frente, de costado e iluminadas por la luz de aquella estrella que estaba allá ¿la ves?, no, esa no, aquella, sí, justo esa. La cuestión es que si uno, por fortuna de las plegarias de los otros –esas que se quedan flotando porque no llegaron a ninguna parte– dan con el camino violeta boreal que lleva a uno de esos días, entonces uno debe de darse por enterado de que la vida le está dando a uno pistas porque hay algo que debemos averiguar. Entonces ayuda mucho examinar detenidamente esos instante que lleva uno en la bolsa izquierda del pantalón, ahí, seguro, habrá otra pista que conduzca a la entrada misma del laberinto de paredes risueñas que se ríen de los perdidos. Uno debe de dejar las alas en la entrada y quitarse los zapatos para poder sentir los besos que los rojos labios de la alfombra dan en cada paso. Si uno mira hacia arriba cuando se ha andado lo suficiente, justo sobre nuestra cabeza, y justo debajo de aquella estrella, estará puntual un colibrí transparente recitando en colibriano los poemas del tiempo. Entonces uno sabe que tiene que desnudarse desde adentro y tenderse pacientemente sobre la hierba para escuchar hasta entender exactamente esos balbuceos felices que emanan en el parto de las palabras maravillosas. Ahí estuve yo, y fue entonces, solo luego de trescientas veintisiete horas, con trece minutos y en el segundo 59, que por fin se reveló contundente en mis oídos el secreto de la vida: escuché tu nombre.

miércoles, agosto 13, 2008

Sobre emoticons, emos, ventanitas y otras importantes trivialidades

En mi oficina uso el Meebo cuando quiero comunicarme con mis contactos de MSN Messenger, porque en mi oficina no nos dejan usar el MSN Messenger no sé por qué razones de esas que razonan los técnicos-todopoderosos-informáticos, y que secundan los de recursos humanos, y que avalan los gerentes y así, hasta que joden al pueblo del Señor. Pero la cuestión es que en ese sitio encontré unas estadísticas para nada importantes, pero sí interesantes, o al menos motivantes para un humilde post. Publicaban los del Meebo un ranking de los emoticons más utilizados entre sus usuarios. Luego de preguntarme cómo diablos saben que emoticons usamos los incautos usuarios, decidí no alimentar mi paranoia, y dejar pasar a la curiosidad, confiado en que no soy gato.

Según estos señores (o señoras) del Meebo, este es el ranking de sus emoticons, que son muy similares a los que todos conocemos en el MNS Mesenger salvo unas variantes.

Besos - 14.2 %
Cara alegre - 12.5 %
Carcajadas - 8.5 %
Guiños de ojo - 7.7 %
Sonrisa - 6.3 %
Lengua - 4.7 %
Llorar de la risa - 4.5 %
Triste - 4.0 %
Lengua con guiño de ojo - 3.4 %
Amor y paz - 3.3 %
Emo - 1.5%

Un intento de conclusión que sacan es que los usuarios de meebo son, en su mayoría, gente enamorada y feliz. También destacan el hecho de que el menos usado es el emoticons que representa a un Emo (que ellos se inventaron recientemente). No sé si este ranking solo era una pieza más de la inusitada campaña contra los Emos que se ha soltado por todos lados, probablemente sí. La intolerancia que han despertado estos jovencitos (los Emos ) en una parte de la humanidad me pareció digna de atención desde que tuve noticias de las persecuciones, golpizas, asesinatos y disparates que se dicen por uno y otro medio. A mí por lo general me gusta no estar de acuerdo, y quizá por eso me caen bien los Emos, incluso me divierto provocando a los Antiemos comparando a los Emos con los Hippies, ante lo cual, los exhippies, neohippies, yuppies, gruppies y demás herederos de aquellos Emos sesenteros, hacen gestos ácidos y sueltan frases llenas de indignación, acusándome casi inmediatamente de ignorante. Yo me río. También me asombro. Todo el mundo habla de los Emos, pero nadie quiere saber sobre ellos, solo quieren opinar desde ese odio que despierta lo que no se entiende, o no se quiere enteneder.

Las conclusiones de Meebo respecto a la felicidad y el amor en sus usuarios a partir del ranking de los emoticons me hacen pensar también que puede ser que la gente en efecto se enamore y sea feliz en Meebo, y solo ahí. Estas ventanitas en las pantallas de las computadoras —patrocinadas por MSN, Yahoo!, Google, y demás— han creado una forma de relacionarse única y nunca antes vista en la historia de la humanidad. Frente a estas ventanitas y escribiendo en ellas todos podemos ser comunicativos, encantadores, sexys, divertidos, románticos, trágicos, emocionales, guapos, interesantes, y también mezquinos, cínicos, vulgares, degenerados. Podemos ser todo esto solo ahí, frente a las ventanitas, con los emoticons apoyándonos para expresarnos y volviéndos tiernos y ocurrentes. Hay amores que surgen de ahí, que se quedan ahí, porque ahí, por ejemplo, somos siempre solteros si queremos, y estamos protegidos e impunes, ahí somos dueños absolutos de nuestra imagen, y lo mejor, es que contamos con que todos los usuarios están al tanto de como funciona la cosa, por lo tanto nos sentimos exculpados, y que el más tonto se joda. Y todo esto es comunicación, y siempre se ha dicho que la comunicación es lo más importante para las buenas relaciones humanas, pero ¿qué pasa cuando solo hay comunicación y falta todo lo demás?

Ya me puse serio y así no me gusto tanto. Además ¿cómo es que me tomé tan en serio un ranking de emoticons? Mejor me voy a engañar a alguien a la otra ventanita.

sábado, agosto 09, 2008

Ni es cielo ni es azul

Junto a mi cama hay una ventana. Una ventana franca. Uno se acuesta —solo o acompañado— con la espalda sobre el edredón negro y con la cabeza junto a la ventana y ve hacia arriba y lo que ve es el cielo, y uno, ingenuamente, se conmueve, y lo primero que uno —si ese Uno se atreve a ser yo— recuerda son unos versos endecasílabos del siglo XVI:

"Porque ese cielo azul que todos vemos
ni es cielo ni es azul.
¡Lástima grande que no sea verdad tanta belleza!"

Lo escribió Lupercio Leonardo de Argensola, que vivió en España desde 1559, y murió en Nápoles, en 1613. Luego, uno se pregunta si Lupercio trataba de solidarizarse estéticamente con Copérnico y Kepler, que, con la ciencia bajo el brazo, recién un siglo atrás habían demostrado que el sol no gira alrededor de la tierra y que el cielo no es azul, deshabilitando para siempre dos ideas de fe basadas en afirmaciones bellas y de fácil comprobación, en apariencia, pero equivocadas. Después de la pregunta, uno se siente un poco tonto. No, Lupercio, se sentía como uno hoy mirando al cielo: engañado.

Con esta dramática conclusión, uno toma su teléfono con cámara digital de apenas 2.2 megapixeles y apunta al acusado. Y ahí está el cielo y una gran historia entre una nube pequeñita y una gigantesca que uno nunca lograría contar. Pero si ustedes se toman dos minutos para ver este remedo de instalación en video, verán como las dos nubes, de manera maravillosamente imperceptible, se van acercando románticamente para deformarse y borrar la escena sin dejar un solo rastro. Detuve la grabación dos minutos después y vi la escena en la pantalla de mi teléfono, y cuando volví la vista nuevamente al cielo solo había ese azul que no es. Me dio algo como un miedo triste. Y uno desea que Lupercio sea científico y no poeta.

lunes, agosto 04, 2008

Aviones

Pocas máquinas enorgullecen tanto a la humanidad como los aviones. Vuelan. Los humanos no. Pero los aviones nos separan de la tierra, nos elevan por encima de nosotros y nos hacen transitar el espacio y el tiempo en condiciones que no nos son propias como especie, pero que conseguimos utilizando una capacidad propia de nuestra especie: somos creadores. O quizá solo imitamos —la epistemología, la metafísica, la antropología, la ciencia, la teología, la poesía han dicho mucho sobre las posibilidades, posibles e imposibles, según el ánimo de la época.

¿Alguno de ustedes ha deseado tocar la cola de un avión? Yo nunca antes de que alguien que lo hizo me lo contó. Ahora lo deseo. Pero esos son otros vuelos. Pero los aviones son así, se involucran en la vida de uno de maneras incalculables. Cuando yo era un niño de 4 años, cada vez que pasaba un avión por el cielo del pueblo me decían "Julio se fue en un avión como ese", Julio era un primo mío, que nunca conocí, porque se fue en un avión, presuntamente a Brasil, pero en realidad se fue a otro lado y nunca regresó. Durante mucho tiempo, cada vez que veía un avión alzaba los brazos saludando a mi primo Julio, y los aviones empezaron a significar algo muy humano, yo recuerdo sentir cariño por los aviones, que era la imagen que tenía de mi primo Julio. Cuando tenía 6 años mi hermano mayor, que sí conozco, también se fue en un avión, y desde entonces saludaba a los aviones por partida doble. A los 11 años subí por primera vez a un avión, y descubrí que ni mi primo ni mi hermano estaban dentro de ese avión, y asumí que tampoco dentro de ninguno de los que había saludado antes. Los aviones perdieron todo mi afecto. Desde entonces he ido y venido muchísimas veces en aviones, y mi relación con ellos ha sido eminentemente utilitaria, con una excepción. La excepción fue viajando a La Habana, que me dio por sentirlos cómplices de mi huida, huía de un dolor.

Los aviones, ya sea abordo o no, nos separan de la tierra, nos alejan, nos disuelven, nos cambian. Los aviones se han llevado a mucha de mi gente, a veces la traen de regreso, pero también se la vuelven a llevar, y uno se acostumbra.

Hace una cuantas horas hablaba por teléfono con vos, Claudia, y me dijiste que nunca había escrito aquí de vos. Vos te fuiste en un avión, y volvés, a veces, y te volvés a ir, siempre, y siempre que hablamos, vos allá y yo acá, recién te has vuelto a ir en un avión, siempre te pregunto "¿Cómo va el aterrizaje?", y empezamos a hablar como aviones, sintiendo el golpe del tren de aterrizaje sobre la pista, la mortal fricción de las llantas, el estremecimiento, la angustia, las decisiones, la vida en tierra, la lejanía, lo bueno, lo duro. "Y vos", me preguntás, "¿Cómo te quedás?", y nunca sé qué decirte, y solo te digo "Pues así, quedándome". Luego nos reconocemos. La llamada se cortó, y ni vos ni yo volvimos a marcar. El aterrizaje se completa.

Yo ya no saludo a los aviones.

Copyright

© ® Todos los derechos reservados. Todos los textos, contextos, y pretextos, a menos que se indique lo contrario, son de la autoría del bloguero en cuestión. Su uso está condicionado a citar la fuente y este blog.